Sólo se respeta lo que se conoce y se ama:
Solo se puede amar lo que se conoce. Para amar a la Naturaleza hay, pues, que conocerla, y conocerla en toda su verdad. Esto es: en su origen -porque éste determina su unidad, su constitución y su historia como un todo-: y en el de los sucesivos niveles de integración (inorgánicos -partícula atómica, átomo, molécula- y orgánicos -ser vivo elemental, célula, animal), en cuanto determina la naturaleza y la evolución de los mismos. Sólo con esa idea de conjunto sobre el difícil y premioso origen y la evolución conflictiva y dolorosa de la Naturaleza aunque sea tan vaga y deficiente como la que aquí se ha expuesto- puede despertarse en nosotros un sentimiento de respeto hacia todos los seres vivos. Todos los seres vivos aun los aparentemente más ínfimos y viles han contribuido al florecimiento de la vida, que -querámoslo o no, nos guste o no ha culminado en ese animal excepcional que es el hombre. Y éste, como especie culminante, ha alcanzado ya un nivel de conciencia y lo que no es menos importante de sensibilidad tal, como para que muchos hombres sean capaces no sólo de conocer sino también de preocuparse y de cuidar de aquellas especies más despreciadas y expuestas a ser arrolladas por el progreso, para protegerlas y salvarlas de la destrucción, como una parte importante del patrimonio de la vida sin esta ciencia avanzada, que nos ofrece una imagen integradora e histórica, aproximada y apasionante, de lo que fue la vida desde un lejanísimo pasado, careceríamos de los conocimientos necesarios para poder entender cómo la vida protege a la vida incluso a través de la destrucción de algunas vidas; y sería imposible educar a nuestros niños en el respeto a la vida y despertar en los adultos la compasión y el amor a los seres
vivos, que tanto han contribuido -y contribuyen- a nuestro bienestar.
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